Usualmente es un objeto por lo general cilíndrico que contiene explosivos y un detonador fijado para activarse por presión hidráulica al alcanzar una determinada profundidad.
[1][2][3] Previo al lanzamiento, el buque o avión detecta al submarino en el área y estima la probable profundidad con el fin de ajustar las espoletas de las cargas a ese nivel para que tengan alguna efectividad.
Sin embargo, se demostró en la Segunda Guerra Mundial que no era un arma muy efectiva, pues se requería una elevada concentración de cargas en una zona reducida o un repetido lanzamiento durante largos períodos de tiempo para ser realmente efectivas.
Las armas antisubmarinas más efectivas son los morteros "erizo", que lanzan 24 granadas y cubren un espacio mucho mayor que cualquier carga, aumentando en gran medida la posibilidad de impacto o daños.
También los torpedos acústicos son mucho más eficaces, al estar autopropulsados y dirigirse hacia su objetivo guiados por el ruido de las hélices.