Hasta ese momento, en este frente, el ejército italiano había luchado en solitario contra los Imperios Centrales; tras la derrota en Caporetto, Francia y Gran Bretaña enviaron refuerzos.
El ejército Austro-Húngaro también había sufrido recientemente un cambio de mando, y el nuevo jefe del Estado Mayor, Arthur Arz von Straussenburg, deseaba acabar con los italianos aprovechando el triunfo en Caporetto.
Boroević prefería al principio una acción defensiva, pero después quiso realizar un ataque frontal a lo largo del río Piave.
Los nuevos planes para la batalla eliminaron el atrincheramiento continuo e idearon un sistema de defensa con alta movilidad, en el que hasta las unidades más pequeñas tenían permitido el libre movimiento para identificar puntos fuertes, independientes para decidir si contraatacar o retirarse, o directamente requerir el apoyo de la artillería.
Además, en una reserva central se organizaron 13 divisiones equipadas con 6000 camiones, listas para ser enviadas a donde fuera necesario.
[8] En algunos sectores la barrera de artillería frenó o retrasó el ataque, y los austríacos se retiraron a sus posiciones defensivas creyendo que tendrían que hacer frente a un ataque inesperado, pero la mayor parte del frente siguió recibiendo la descarga.
Los austrohúngaros contaban con más cañones (1589 frente a los 1314 del enemigo), pero de menor calibre y alcance.
[10] Por añadidura, los italianos conocían el plan de ataque austrohúngaro merced a la información que les habían proporcionado unos desertores.
Para empeorar las cosas, el Piave se desbordó aislando a un gran número de unidades en la orilla oeste del río, lo que los hacía un objetivo fácil para el fuego italiano.
Sus fuerzas ganaron algo de terreno,[14] pero no pudieron hacer frente a las unidades franco-británicas;[5] lo que supuso 40.000 bajas más para el bando austríaco.
Por estas razones, en los días siguientes, solo se llevaron a cabo acciones limitadas para obtener mejores posiciones de cara al ataque definitivo.