Santuario de Aránzazu

En sí, la palabra arantzazu se compone de "arantza" que se traduce como "espino"[2]​ y el sufijo "zu" que indica "abundancia"[3]​ por lo que viene a significar "abundancia de espinos" y hace referencia a la existencia de abundantes arbustos espinosos en el lugar.

Esta leyenda vuelve a aparecer en la primera historia del santuario escrita por el franciscano Gaspar de Gamarra ochenta años después (en 1648): El historiador Padre Lizarralde, que creó el escudo del santuario, se basó para ello en la leyenda y diseñó un espino del cual brota una estrella que con su luz espanta al dragón, mandándolo al abismo.

El inicio de la fachada, diseñada por Oteiza, se sitúa a un nivel inferior al del camino.

Sobre este friso y en medio de una fachada lisa se ubica una figura virginal.

Las torres, construidas con grandes piedras calizas, talladas en punta de diamante simbolizando espinas, enmarcan el conjunto.

En la zona se extiende un complejo kárstico con numerosas cuevas, simas y sumideros.

El niño no está tan bien trabajado como la figura principal; tiene un aire bizantino y lleva un fruto en su mano izquierda.

La larga historia del santuario de Aránzazu no ha dejado muchas reliquias ni documentos.

Sobre esas mismas fechas se produjo una gran sequía, que algunos achacaron a un castigo divino por las atrocidades de la guerra.

Esta cofradía, que en sus inicios solo era para los vecinos de Oñate y Mondragón, desaparecería en 1834.

Pedro de Arriarán intentó entonces que los franciscanos se hicieran cargo de las instalaciones, para lo que incorporó Aránzazu a la Provincia Franciscana de Castilla; pero surgieron problemas que hicieron imposible el proyecto, y en 1508 fueron los Dominicos quienes se hicieron cargo del convento y el santuario.

En 1510 se nombró prior al dominico fray Domingo de Córdova Montemayor.

Solo la construcción del nuevo altar y crucero tardó dieciocho años.

Esta vez se ganaba terreno al barranco realizando parte de las obras sobre el vacío.

La nueva iglesia contaba con dos capillas superpuestas, quedando la superior al servicio de la Virgen.

Las instalaciones del santuario van completándose y en 1892 se inaugura el retablo mayor de la iglesia.

Al año siguiente se dota a las instalaciones de una central eléctrica.

El primer cuarto de siglo crece la comunidad en número y en relieve.

Ya en el llamamiento aboga por una edificación singular centrada en dos ideas, amplitud y relevancia artística.

El 9 de septiembre se coloca la primera piedra y en la ceremonia los arquitectos elegidos dicen:

Por ello en 1962, el 16 de marzo se convoca otro concurso para tal fin.

Las esculturas que adornan la fachada principal del santuario quedaron inconclusas en el momento de la prohibición.

No sería hasta 15 años después cuando se diera por finalizada la obra, que había cambiado ya en el ánimo del artista.

Es la talla en punta de diamante lo que llama la atención cuando se ve la fachada principal.

La nave queda en un nivel de luminosidad tal, entre el deslumbramiento y las tinieblas, que invitan al recogimiento.

La iluminación del conjunto del ábside, que entra por un ventanal frontal superior, destaca la pintura y el cajetín donde se ubica la imagen, al cual se puede acceder mediante unas escaleras interiores para que los peregrinos lleguen a ver de cerca a su Virgen.

A la derecha del camarín, también en azules se representa la paz que consiguió la aparición de la Virgen en Guipúzcoa.

Se decidió que De Lara pintara el ábside y Basterretxea la cripta.

Junto al resto de los artistas que trabajaban en el santuario, Basterretxea comenzó su obra en 1952.

En la primera versión, los temas fueron dados por los frailes (pecado, expiación, perdón y gloria), en la segunda el artista no consultó con regentes del monasterio la temática que iba a plasmar en las paredes del templo.

Santuario de Aránzazu
Vista del santuario de Aránzazu
Vista exterior del ábside
Virgen de Aránzazu en su altar
Fachada principal
Los Apóstoles de Jorge Oteiza en la fachada principal
Vista general de la nave
Decoración del ábside, retablo de Lucio Muñoz
Cristo Resucitado, muro del altar en la cripta. Pintura de Néstor Basterretxea