Tras esta expropiación (sin compensación), las autoridades francesas obtienen una gran cantidad de riqueza, expresada en tierras, edificios, fincas, etc. pero que no se traducía en liquidez, considerando que en esos años el dinero se expresaba en metal precioso acuñado en monedas.
Para solucionar este problema, se idearon los "asignados": estos documentos impresos en serie actuarían como bonos, cuyo valor estaba sustentado en el valor de los bienes confiscados por el gobierno revolucionario a personajes hostiles al nuevo régimen, como aristócratas emigrados y clérigos católicos.
Los "asignados" estaban previstos para generar interés de la misma manera que un bono y servían en principio solamente para el pago de obligaciones públicas hacia particulares, debiendo ser quemados cuando entraran otra vez en el Tesoro francés después que el titular del "asignado" lo intercambiara por dinero en metálico (obtenido por el Estado con la venta de los bienes nacionales).
Todo esto causó pronto una grave reducción en los tributos percibidos por el erario francés, además de una auténtica escasez de moneda circulante en Francia; el panorama se tornaba más sombrío porque la dislocación económica causada por la guerras externas y la inestabilidad política hizo muy difícil hallar compradores a quienes vender los "bienes nacionales" y obtener efectivo por esta vía.
La acuñación de metal precioso para circulación interior (como oro o plata) había sido suspendida por la Asamblea Nacional para financiar el esfuerzo bélico, mientras que la economía doméstica de Francia se basaba en los "asignados" y luego en el trueque al desaparecer la moneda metálica y perder los asignados casi todo su valor.