Los primeros investigadores intentaron obtener vistas aéreas de los sitios arqueológicos utilizando globos aerostáticos, accesorios o cámaras adheridas a cometas o pipas.
Después de la invención del avión y la importancia militar que ganó la fotografía aérea durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, los arqueólogos comenzaron a usar la tecnología de manera efectiva para descubrir y registrar sitios arqueológicos.
En 1925, en Siria, el reverendo jesuita Antoine Poidebard, un observador aéreo militar, notó que al atardecer, con luz oblicua, aparecían pequeños accidentes geográficos a nivel del suelo, revelando ruinas enterradas.
El coronel Jean Baradez, francés, realizó prospecciones en el norte de África, pero los británicos fueron los primeros en institucionalizar esta investigación, con Osbert Crawford, Crampton y, especialmente, J.-K. St.
[3][4] Las fotografías aéreas ya se han utilizado con éxito para identificar dólmenes enterrados en Alentejo, Portugal .