Se trasladó a los doce años a San Sebastián, donde años más tarde iniciaría estudios de Derecho; y fue precisamente en la universidad donde tuvo su primera experiencia teatral, representando más de cuarenta obras en la Fundación del Teatro Español Universitario.
Contrajo matrimonio con María Teresa Imaz Aramendi (1934-2016);[3] con la que tuvo tres hijos: Idoia (1964), Alfredo (1966) y Ainhoa (1969).
Su primera relación con el cine se produjo como actor de doblaje.
Para el estudioso Santos Zunzunegui, poco después en El verdugo de Luis G. Berlanga (1963), Alfredo Landa interpretando al sacristán que reparte pescozones a los monaguillos y vigila para que no se coman los recortes toda la fuerza interior, presentará «todo el impulso que ya constituían, desde sus primeros escarceos con el cinema, la singularidad de un actor que por aquellos días —apenas había debutado un año antes de la mano de José María Forqué en Atraco a las tres— se batía el cobre con una industria que, como la cinematográfica -y, no hay ni que decirlo, mucho más en el caso hispánico- no ofrece ninguna facilidad a los recién llegados.
Alfredo Landa, pues, ese es el nombre del imperioso monago, dejaba inscrito en El verdugo berlanguiano toda una premonición de una carrera que alcanza ya los treinta años ininterrumpidos de dar cuerpo a variopintos sujetos».
La segunda etapa comprende treinta y cinco películas de lo que se ha dado en llamar el landismo, que se inicia en 1970 con No desearás al vecino del quinto, de Ramón "Tito" Fernández, en las que interpreta al personaje conocido como macho ibérico: un tipo de español arquetípico, fanfarrón en el terreno sexual.
Estas películas fueron dirigidas en su mayoría por directores como Mariano Ozores, Pedro Lazaga, Tito Fernández y Luis María Delgado.
La tercera etapa se inicia en 1977 con El puente, de Juan Antonio Bardem, y es, sin duda, la más reconocida en el terreno artístico.