Alexandra David-Néel

Aunque su vida en común fue a veces tempestuosa, estuvo siempre impregnada de respeto mutuo.

En especial, una práctica, un juego peligroso, algo que no debió conocer nunca fue el inicio de su particular verano.

Alexandra fue advertida de que estas creaciones podían volverse peligrosas o incontrolables.

Ella visualizó en su interior lo que quería crear, imaginando un monje de baja estatura y gordo.

Aquella entidad era algo así como un robot, sólo realizaba y respondía a los mandatos de su creadora.

Con una sonrisa fija en su rostro, el monje accedía sin rechistar a lo que ella le ordenaba.

Aquel monje se había hecho insoportable y Alexandra tardó antes de conseguir invertir aquel proceso.

«No hay nada extraño en el hecho que pueda haber creado mi propia alucinación.

Como gran luchadora, emprendió un último viaje a sus 100 años para conocer el Himalaya, donde Alexandra buscaba la iluminación rodeada de muchos peregrinos.

Tal fue el grado de su pasión que Alexandra dejó todo lo demás como secundario en su vida.

Alexandra era una mujer de retos, como cuando se propuso pasar dos largos años en una cueva y dedicar todo el tiempo a la meditación.

«Será duro, pero increíblemente interesante»- comentó la exploradora a sus amigos antes de meterse en la cueva.

La antropóloga fue capaz de superar temperaturas extremas, animales salvajes, hambre y enfermedades.

David-Néel en 1886.
David-Néel en Lhasa, 1924 (en el centro).