Ambos fueron martirizados durante el reinado de Marco Aurelio.
Epipodio y Alejandro fueron traicionados a las autoridades imperiales por un sirviente.
Primero, el gobernador torturó a Epipodio, por tratarse del más joven.
Cuando el juez le contó lo que había sufrido su amigo, Alejandro dio gracias a Dios por ese ejemplo y manifestó su ardiente deseo de correr la misma suerte que Epipodio.
Los verdugos le tendieron en el potro, tiraron hasta desconyuntarle las piernas y se turnaban para azotarle; pero el mártir persistió en confesar a Cristo y en burlarse de los ídolos.