Se fue a vivir con sus dos hermanos durante un mes y medio.
Comenzó a trabajar en el servicio de anestesiología del policlínico Finochietto, de Avellaneda (en el sur del Gran Buenos Aires).
Adriana les contestó: «¡Un montonero nunca se rinde!».
¡Matan mujeres!», lo que motivó que los uniformados lo atraparan, le dieran una feroz paliza y lo dejaran tendido en la calle.
Prestaron un apoyo asistencial crítico al pueblo nicaragüense en los tramos finales de la lucha sandinista.