La cría de seres acuáticos en cautividad es muy antigua,[1] sin embargo los acuarios nacieron en el siglo XVIII, al menos en su forma contemporánea.
El biólogo Abraham Trembley conservó, en grandes cilindros de vidrio, una hidra que capturó en los canales del jardín 'Sorgvliet', en los Países Bajos.
Esto solo podía lograrse llevando las plantas en urnas estancas capaces de conservar tierra húmeda y agua en su interior.
Razón por la cual, continúa Neal, ciertos doctores y terapeutas aconsejan colocar acuarios en salas en donde se pueda experimentar niveles de estrés elevados.
Sin embargo, esta no es la tendencia de la industria, la cual suele fabricar cubetas más altas que anchas, apuntan los autores.
Después estarían los más comunes acuarios tropicales, en los cuales el agua oscila entre 23 y 28 °C aproximadamente, gracias al mencionado uso de resistencias eléctricas reguladas por termostatos.
Pese a ello siguen sin ser adecuadas, pues los cristales curvos deforman la imagen, dañando la visión de los pobladores.
En segundo, lugar algunos modelos están dotados de una base que puede amortiguar ciertos golpes y proteger la urna con un reborde resistente.
[4] Como se ha indicado, cinco cristales suele ser lo normal, pero existen muchos acuarios que solo cuentan con uno, la cara visible, pues el resto son paredes de hormigón u otros materiales muy resistentes a la presión.
En cambio, el biotopo puede ser perjudicial para las instalaciones de agua dulce si contiene sustancias calizas o nocivas.
Además, con los movimientos para la limpieza del fondo, tiende a mantenerse en suspensión, lo que confiere al agua un aspecto turbio bastante desagradable.
Por supuesto, un dispendio económico como el referido está reservado solo a personas, físicas o jurídicas, con grandes recursos.
Aunque es posible conservar algunas especies durante un cierto tiempo en el agua sin ninguna ayuda tecnológica, su esperanza de vida será corta, salvo que se haya conseguido un ecosistema muy estable.
Por último, estarían las masas especiales de filtración, el ya citado carbón activo y la turba, que no necesariamente deben incluirse permanentemente.
La razón fundamental es el consumo más eficiente (aproximadamente se reduce a la mitad) sin perder potencia en lúmenes junto con una reducción de costes que ha ido experimentando esta tecnología.
En los acuarios públicos la situación es muy diferente, pues algunas veces requieren una temperatura del agua unos pocos grados sobre cero, caso de las instalaciones para pingüinos o mamíferos árticos.
Expertos como Dreyer y Keppler (1996, p. 56) advierten del riesgo que suponen para los peces los calefactores defectuosos o mal regulados.
Si cuentan con dicha funda, es imprescindible vincular la lámpara a la bomba del filtro para que toda el agua reciba la correspondiente radiación.
La mayor parte de la flora[nota 4] utilizada en acuarios pueden vivir totalmente sumergida, semisumergida o incluso fuera del agua.
Sin embargo, existen otras muy exigentes con las condiciones donde viven, como pueden ser Cabomba furcata, Alternanthera reineckii, Hemianthus callitrichoides Cuba, y Aponogeton madagascariensis.
Un acuario doméstico se destina principalmente a los peces; por esta razón, todos los expertos consultados les dedican un espacio propio, incluido Brunner (2005, p. 21 y siguientes).
[nota 5] Pese a ello, estas instalaciones también pueden albergar igualmente algunos invertebrados como gasterópodos o moluscos, camarones, pequeños crustáceos y reptiles, en especial tortugas.
[nota 6] Aunque algunas especies se reproducen muy mal en cautividad, otras, en cambio, pueden hacerlo fácilmente y llegar a sobrepoblar el acuario.
Estos animales necesitan un mayor espacio para crecer y también son más territoriales que los de agua dulce o salobre.
[2] Un acuario bien ubicado no solo proporcionará una vida apacible a los peces, sino que ofrece un singular y atractivo espectáculo relajante.
Por otra parte, los cambios de agua permiten suministrar los oligoelementos necesarios para peces y plantas; en caso contrario se agotan.
Siguiendo la información de Dreyer y Keppler (1996, p. 86) también existe comida en forma granulada, escamas o polvo, ya que cada especie tiene sus propias exigencias.
Sin embargo, esto es solamente temporal, ya que la flora vuelven a expulsar el nitrógeno cuando las hojas viejas se descomponen, por ejemplo.
Los acuarios domésticos a menudo no contienen las poblaciones necesarias de bacterias para metabolizar los residuos nitrogenados producidos por sus habitantes.
Si no estuviera ubicado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias o en otro lugar junto al mar,[11] transportar toda esa agua supondría un dispendio considerable.