La Comunión frecuente es la práctica católica romana de recibir la Eucaristía con frecuencia, a diferencia de la práctica medieval habitual de recibirla una o varias veces al año, yendo a misa los domingos. [1]
Aunque se argumenta que en la Iglesia primitiva la norma era la comunión de todos los cristianos presentes en la misa, [2] antes del siglo XX la comunión entre los laicos católicos tendía a ser bastante infrecuente, a veces sólo una vez al año. Esto se debió en parte al temor jansenista de que la comunión frecuente erosionaría la fe. [3]
A principios del siglo XX esto empezó a cambiar. El Papa León XIII en su encíclica Mirae caritatis de 1902 defendió la comunión frecuente como fuente de renovación de la fe, mientras que su sucesor Pío X argumentó en su motu proprio Sacra Tridentina [4] que los laicos debían recibir la comunión con la mayor frecuencia posible. En su encíclica Quam singulari Pío también relajó las restricciones a la recepción de la Comunión por los enfermos [5] y los niños. [6]
Con respecto a la comunión semanal versus diaria, San Francisco de Sales alentó la comunión semanal, pero no alentó ni desalentó la comunión diaria. [7]