También desde el punto de vista teórico tiene Tamayo una personalidad distinta, pues no suscribió el radical compromiso político que sustentaba las producciones de los muralistas citados y prestó mayor atención a las calidades pictóricas.
Su vocación artística y su inclinación por el dibujo se manifestaron muy pronto en el joven y su familia nunca pretendió contrariar aquellas tendencias, como era casi de rigor entre los jóvenes mexicanos que pretendían dedicarse a las artes plásticas.
Paralelamente, Tamayo desempeñó cargos administrativos y se entregó a una tarea didáctica.
En 1938 recibió y aceptó una oferta para enseñar en la Dalton School of Art de Nueva York, ciudad en la que permanecería casi veinte años y que sería decisiva en el proceso artístico del pintor.
Allí, en efecto, dio por concluido el período formativo de su vida y se fue desprendiendo lentamente de su interés por el arte europeo para iniciar una trayectoria artística marcada por la originalidad y por una exploración absolutamente personal del universo pictórico.
En Nueva York se definió, también, su inconfundible lenguaje plástico, caracterizado por el rigor estético, la perfección de la técnica y una imaginación que transfigura los objetos, apoyándose en las formas de la cultura prehispánica y en el simbolismo del arte precolombino para dar libre curso a una poderosa inspiración poética que bebe en las fuentes de una lírica visionaria.
En obra mural se percibe un voluntario rechazo a la grandilocuencia y un consciente alejamiento de los mensajes revolucionarios y de los planteamientos políticos esquemáticos que informaban las realizaciones del grupo, lo cual lo enfrentó con "los tres grandes".
Aun durante su larga residencia en el extranjero, que se prolongó a lo largo de casi tres décadas, siguió visitando México para encargarse de los trabajos murales que se le encomendaban, muchas veces porque los representantes fresquistas los rechazaban o no podían abarcarlos.
Comienzan a llover los encargos y se lanza a la producción fresquista tanto en México, donde realiza su primer fresco del Palacio de Bellas Artes de la capital (1952), como en el extranjero, donde sus obras florecen en los ambientes y países más diversos.
Los innumerables premios recibidos y las exposiciones individuales que realizó en Nueva York, San Francisco, Chicago, Cincinnati, Buenos Aires, Los Ángeles, Washington, Houston, Oslo, París, Zúrich o Tokio dispararon su cotización artística, que en las décadas de los ochenta y noventa alcanzaría valores astronómicos en la bolsa del arte.
Todo cabe en su obra, desde la preocupación cósmica por el destino humano hasta la vida erótica.
[2][5][6] Su deseo original era convertirse en músico, pero quedó tan impresionado al llegar a la Ciudad de México con la arquitectura colonial que, contaba, “se me abrieron los ojos en diferentes sentidos”.
Teniendo facultades / habilidades para dibujar se percató de que quería ser un artista.
[6] Después del nombramiento de Ramos Martínez como director en 1920, dice Tamayo, abrió la escuela a nuevas tendencias y su compromiso con la escuela muestra un cambio , sobre todo en las dos corrientes entonces dominantes, neoliberalismo de Ramos Martínez y la estética ingenua promovida por la ENEBA.
Esta exposición supuso un reconocimiento que le permitió exponer sus obras en el Art Center de Nueva York.
[6] En 1938 recibió y aceptó una oferta para enseñar en la Dalton School of Art de Nueva York, por lo cual se trasladó a vivir a la ciudad estadounidense, donde permaneció durante casi veinte años, cosa que provocó una gran evolución en el proceso artístico del pintor.
Finaliza en Nueva York su formación, dejando poco a poco de lado su interés por el arte europeo para iniciar una nueva etapa, más original y en la que explora de una forma personal el “universo pictórico”.
[7][2] En 1934 se casa con Olga Flores Rivas y convivirá con ella hasta el final de su vida.
En este momento su pintura se sintetiza llegando a crear cuadros “semi abstractos”.
Pintó los ámbitos internos, la atmósfera, los paisajes urbanos o pueblerinos, la naturaleza de su realidad local.
Esta sincretización y ese interés por lo que acontecía en Europa desde el punto de vista artístico marcan diferencia en su trabajo y estilo respecto del núcleo fundamental de los "muralistas", los cuales prefieren mantener una absoluta independencia estética respecto a las tendencias europeas y tener su fuente de inspiración en la herencia pictórica precolombina, marcadamente indigenista.