A partir de la llegada de las misiones jesuitas a China en 1552, el número de misioneros occidentales aumentó gradualmente. El Tratado de Tientsin en 1858 dio a los cristianos libertad de acción en el país y el derecho a comprar tierras para construir. Los misioneros occidentales se consideraban predicadores enviados por Dios, mientras que los chinos los veían como bárbaros (en chino:夷), la extensión de la invasión extranjera, protegidos por tratados y respaldados por las cañoneras de sus gobiernos. Los disturbios contra los misioneros se convirtieron en parte del panorama, y culminaron en la Rebelión de los Bóxers en 1900. [1] [2] [3]