La veleidad es la apetición afectada de duda, mutabilidad e inconstancia.
Leibniz entendía por veleidad el grado ínfimo del deseo, o sea aquel que está más cerca de la indiferencia; el disgusto, dice, que causa la ausencia de una cosa deseada es tan pequeño en el veleidoso, que no llega a despertar en su ánimo la inclinación a buscar los medios de conseguirla.
En un pasaje de su Teodicea añade que las veleidades no son más que una especie muy imperfecta de voliciones condicionales: Yo querría, si pudiese (liberet, si liceret) son los casos en que el contenido de la volición no es el querer, sino el poder.
Continúa explicando que la veleidad no cabe en Dios, ni es posible confundirla con las voliciones antecedentes: "nuestro imperio sobre las voliciones solo puede ejercerse de una manera indirecta y seríamos desgraciados si pudiéramos ser dueños de nosotros mismos, en el sentido de poder querer sin motivos.
Quejarse de no tener semejante imperio equivaldría a razonar como Plinio, que encuentra qué objetar al poder de Dios porque no puede destruirse a sí mismo."