Está dirigida a los obispos y les pide que pongan mayor atención a los deberes propios que tienen en cuanto pastores de las ovejas católicas especialmente para con el clero (preparación teológica y fidelidad al magisterio, pero también vida moral concorde).
Recuerda a los obispos que aunque los requisitos de edad se cumplan para que un candidato pase de un orden a otro, se ha de tomar en cuenta la verdadera idoneidad del candidato y no promoverlo sin que conste esta, todo por el bien de los fieles y evitar escándalos.
Dedica luego los siguientes párrafos a recordar a los obispos la obligación de permanecer en sus diócesis y de visitar hasta el último rincón de su territorio.
Finalmente exhorta a los obispos a ser ellos mismos los principales promotores de los sacramentos y de la liturgia entre los sacerdotes y fieles.
Es la primera carta de un Papa en llevar el título de «encíclica»: «Epistola Encyclica et Commonitoria ad omnes Episcopos».