Si fuese demasiado alto, teniendo que trinchar sobre una mesa de mediana altura, ejecutando sus funciones, se vería obligado a encorvarse de modo que no podría evitar inclinar la cabeza sobre la mesa.
Este oficio, consecuentemente debía ser ejercido por un hombre de estatura ordinaria reuniendo todos los conocimientos requeridos.
Se consideraba necesario que el trinchador tuviera siempre las manos bien blancas y exentas de rugosidades.
Luego que esta última quedaba aprobada por el mayordomo, el escudero trinchante lo encargaba al cocinero para ejecutarlo.
Novísimo cocinero universal, Jacobo Berenguer de Mongat, Santiago Àngel Saura i Mascaró 1848