Según los términos del acuerdo, Jerusalén permanecería bajo control musulmán.
Sin embargo, la ciudad estaría abierta a la peregrinación cristiana.
Además, el tratado redujo el Reino Latino a la franja costera que se extendía desde Tiro a Jaffa.
Ni al rey Ricardo ni a Saladino les gustó el acuerdo, pero no había más opciones.
El gobernante musulmán se había debilitado por los gastos de guerra y el Rey Ricardo tenía que hacer frente en su país a las amenazas a su reino.