Nicolás pasó todo el día en su habitación, fingiendo estar enfermo, y cuando el carpintero fue a buscarle, le contó que había estado observando los astros y había averiguado que llovería en gran cantidad.
Así, Nicolás y Álison pudieron estar juntos sin ser molestados durante toda la noche.
Al amanecer, Absalón, un sacristán de la iglesia, decidió declarar su amor a Álison.
Álison quiso entonces gastarle una broma, y en lugar de asomar su cara por la ventana, sacó su trasero, que el sacristán besó.
Fue a casa de un amigo herrero y le pidió prestado un rastrillo que aún estaba candente.
Volvió a llamar a Álison desde la ventana, y esta vez fue Nicolás quien quiso burlarse de él, sacando las nalgas por la ventana como había hecho ella, pero Absalón le puso el hierro al rojo vivo.