Se casó y tuvo tres hijos, pero una incursión musulmana en 826 cambió su género de vida.
Su hermana mayor, ya fallecida, había sido monja.
Su hermano, asesinado allí mismo, era diácono, y su padre acabó su vida como monje en Tesalónica.
Alcanzada la viudez, Teodora dio una parte de su herencia a una abadía dirigida también por una pariente suya e ingresó en él.
Teodora murió a los ochenta años en olor de santidad.