Sor Josefa de los Dolores Peña y Lillo Barbosa

[4]​[5]​ Ingresó a la vida religiosa en 1751 contra la voluntad de sus padres[6]​ e inició su producción literaria probablemente en 1763 por decisión propia.

[1]​[8]​ La escritura por parte de las religiosas en los conventos del período colonial fue una práctica común en el subcontinente sudamericano, no solo debido a que permitía reforzar la fe o porque era realizada «por mandato confesional»,[22]​[n 4]​ sino porque además, permitía «expresar cierta inquietud o cierta insatisfacción frente a la realidad vivida»,[25]​ al incluir temas relacionados con la vida material y espiritual que ellas tenían en el interior del convento.

Cartas de mujeres en Chile, 1630-1885,[31]​[28]​[32]​ aunque sin un enfoque filológico ni lingüístico y con un carácter descriptivo escueto e impreciso.

[28]​[12]​ En su propia opinión, tal trabajo requería una cuidada redacción dada la imposibilidad de la confesión auricular con el padre Manuel; al respecto ella decía «Mucho trabajo es, padre, fiar a la letra lo más íntimo de la conciencia».

Sin embargo, posteriormente recibió autorización de la superiora para mantener tal correspondencia, y se sabe que esta actuó como mediadora debido a los roces existentes entre las monjas que estaban bajo el alero espiritual del padre Manuel.

[49]​ La tercera etapa fue menos prolífica, y estuvo marcada por los acontecimientos vinculados a la expulsión de los Jesuitas; tal hecho mortificó a Sor Josefa hasta exacerbar sus sentimientos de abandono y desamparo, aunque también mostró un cambio en sus cartas al hacer mención de acontecimientos externos al convento: sus epístolas aludieron a rumores, comentarios y críticas personales ante tal decisión.

[53]​[54]​[55]​[56]​[57]​ Así, la publicación de sus manuscritos en 2008 transformó a sor Josefa en un referente importantísimo para la literatura chilena del período colonial, especialmente en aquellas disciplinas o ámbitos que se abocan al análisis e interpretación del discurso femenino indiano y sus patrones estilísticos[58]​ que se mantenían en un statu quo desde la publicación de José Toribio Medina en 1923.

Por otro lado, la antropóloga y escritora chilena Sonia Montecino Aguirre, agrega que los textos de esta religiosa: