El concilio fue convocado a raíz de la controversia iconoclasta iniciada por el emperador León III el Isáurico en el 726.
Y por consiguiente, rechazar esta veneración «llevaría a negar la Encarnación del Verbo de Dios».
Los cánones del concilio permiten hacer una distinción entre el culto dado a Dios (llamado de «adoración» o λατρεία) y la veneración especial tributada a las imágenes (la palabra griega "προσκύνησις", proskýni̱sis que significa "veneración").
La intervención de la emperatriz regente Irene fue continua y fuerte.
Nicea II declaró no ecuménico el sínodo de Constantinopla del 754, por no haber sido celebrado en comunión con la iglesia de Roma.