Huérfanas a una edad temprana, las hermanas Ágape, Quionia e Irene de Tesalónica llevaron vidas piadosas bajo la dirección del sacerdote Xeno.
En 303, el emperador Diocleciano emitió un decreto que tipificaba como delito la posesión de escrituras cristianas.
[2] Fueron llevadas ante el emperador Diocleciano, quien no pudo persuadirlas de que renunciaran a su fe, y cuando partía hacia Macedonia, las trajo consigo.
Molesto con Dulcititus por ineficaz, Diocleciano entregó a las tres jóvenes al Conde Sisinus para que las juzgara.
Persiguió a Irene de Tesalónica y la hirieron en la garganta con una flecha, momento en el que murió.