[1] Al ser un local clandestino, los pocos clientes, por seguridad, evitaban llamarse entre ellos por sus nombres, prefiriendo tratarse como «canallas».
[1] Fueron sus propios clientes quienes hicieron colectas para apoyar al dueño del restaurante, Víctor Painemal, a su reapertura, llegando incluso dinero desde el extranjero.
Dejó de usarse contraseña para ingresar y debió emigrar a su locación actual en Tarapacá 810.
Meses más tarde sus hijos logran reinstalar el local en la calle Bascuñán Guerrero, pero las deudas y la crisis económica provocada por la pandemia y el estallido social afectaron gravemente la existencia de este emblemático restaurante, provocando su cierre definitivo.
Sus meseros trataban como «canallita» a sus clientes sin que, obviamente, signifique algo peyorativo.