La decadencia de las ciudades europeas, incluyendo la propia Roma, se produce a partir de la crisis del siglo III y se profundiza en los periodos siguientes: la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media.
No obstante, durante el periodo en que la cristiandad latina estaba ruralizada, la civilización islámica surgió y se desarrolló, acogiendo las mayores ciudades de la época: Damasco, Bagdad y Córdoba; mientras que el Imperio bizantino mantenía Constantinopla.
[1] Mientras que los países desarrollados sufrieron esa transformación en el siglo XIX y la primera mitad del XX (Inglaterra desde el siglo XVIII, España no de forma definitiva hasta los años 1960), la mayor parte del crecimiento de la población urbana en los últimos cincuenta años se ha producido en los países subdesarrollados, tanto en los que lo siguen siendo como los que han pasado a ser nuevos países industrializados (NIC).
Si a finales del siglo XIX las mayores ciudades del mundo eran Londres y París, y en la primera mitad del XX se les añadieron Nueva York y Tokio, en los siguientes cincuenta años las megaciudades emergentes han pasado a ser ciudades de países de un nivel de desarrollo mucho menor, como Seúl, México D. F., Bombay, Yakarta, São Paulo, Shanghái, Buenos Aires, El Cairo, Manila o Lagos.
Se ha señalado la conexión de la revolución urbana con el fenómeno de la globalización, que históricamente ha tenido distintas escalas, y su relación con otros factores ligados a ella: tecnológicos, económicos, políticos, sociales y culturales.