Próspero

En él, Próspero, renunciando a la magia, reconocerá los límites del hombre.

Mis hechizos acabaron, y tan sólo me quedaron estas pobres fuerzas mías.

Tendré que pasar mis días en este islote desierto, si de Nápoles al puerto Benignos no me mandáis.

Mi arte ya no puede nada ni en sirena, duende, ni hada, y habré de morirme luego si es que no me salva el ruego que hasta el alto cielo llega, y de suerte tal doblega, que hasta la merced asalta, y libra de toda falta.

Si queréis hallar perdón, ¡Ay!, dejad por compasión que me ponga en libertad vuestra indulgencia y piedad.