Pedro Minio ha sido siempre un hombre dichoso, vividor y seductor, que en la vejez acaba internado en el asilo La Indulgencia, regentado por religiosas.
Allí conoce y se enamora de la madura Ladislada y encuentra un último aliento de felicidad en un lugar libre y confortable.
Viene a perturbarle la posibilidad ofrecida por su pariente Abelardo de gestionar un nuevo asilo que pretende fundar.
Pedro acaba rechazando esa posibilidad al conocer las características del nuevo centro: un lugar sórdido y con ausencia de libertad.
Pedro permanece en La Indulgencia, donde el propio Abelardo termina internándose.