[1] Según es definido autorizadamente,[2] Aunque las raíces del mundialismo se encuentran en la antigüedad, reaparece en la época contemporánea poco después de la Segunda Guerra Mundial – la Primera ya engendró los primeros pacifistas, pero no fueron capaces de frenar la Segunda –, cuando toda una red de organizaciones sin fronteras (veterinarios, médicos, reporteros, homeópatas, arquitectos, juristas, educadores, etc.) y la asociación esperantista Servas impulsan este ideario de fraternidad.
Esta idea ya había sido propuesta en Estados Unidos en 1924 por las pacifistas Lola M. Lloid y Rosika Schwimmer.
La idea de la ciudadanía mundial cobra tal éxito que al año siguiente se inscribe en París el Registro Internacional de los Ciudadanos del Mundo, que se expande rápidamente por 78 países y sigue un progresivo crecimiento en los años posteriores.
Así pues, el mundialismo no pretende de ningún modo la homogeneización de los diversos pueblos y culturas, ni tampoco que desaparezcan las soberanías nacionales, pero sí que se autolimiten en lo necesario.
Es decir, que determinados problemas de alcance y entidad auténticamente universales sean afrontados y resueltos mediante la intervención de una autoridad realmente supranacional, cuyas decisiones puedan extenderse a todo el planeta, sin execepción.
La propuesta mundialista no quita fuerza, importancia, variedad ni particularismo, sino que aporta un factor nuevo de dimensión planetaria.