Escribió usando los seudónimos Malba Tahan o, como él mismo lo escribiera, «yo, el-hadj jerife Ali lezid lzz-Edim ibn Salim Hank Malba Tahan» y «Breno de Alencar Bianco», para lograr tal vez mayor atención en su país de origen hacia su obra didáctica.
Uno de sus libros más famosos se titula: El hombre que calculaba (1938), donde el maestro parecería esgrimir su fascinación por la cultura árabe, inculcando las matemáticas mediante la narración de la vida del calculador Beremiz Samir,[1] quien a su vez nos embelesa con sus cuentos llenos de enredos y problemas matemáticos.
No viajó mucho afuera de su país natal; sin embargo, visitó Buenos Aires, Montevideo y Lisboa, y jamás sentó pie en los desiertos o ciudades árabes que tanto se afanó por describir en sus obras.
Solía decir «El profesor de matemáticas es un sádico, que ama hacer todo tan complicado como sea posible».
En educación, él estaba muchas décadas más avanzado que los educadores de su propio tiempo,[cita requerida] por lo que a pesar del paso de los años, sus propuestas siguen estando vigentes y siempre son causa de admiración, aunque parece ser que no se han llevado mucho a la práctica.