Anne Finch

Como mujer tenía prácticamente imposible la entrada a la universidad, por lo que se comunicaban por cartas.

Su familia ayudó económicamente en el intento de curar su enfermedad, e incluso viajó a Francia donde sería operada.

Leibniz incorporó las ideas de Anne a su sistema filosófico, dando origen al vitalismo.

Dos años después, en 1692, el libro llegó a Inglaterra, traducido (con su nombre actual) y, finalmente, bajo la autoría de lady Conway.

El grado mínimo de densidad es Dios, y aunque no podamos llegar a él cómo ser totalmente bueno, podemos llegar a ser infinitamente sutiles, es decir, completamente buenos pero no al nivel de Dios.

Finch, a partir de estos planteamientos, nos habla sobre el castigo divino: cualquier pecado tiene sus consecuencias, su castigo, del cual aprenderemos y nos acabará llevando, como toda criatura en constante transformación hacia el bien.

Está separado de sus propias creaciones  y no se puede convertir en ellas ni viceversa.

Es el elemento por el que se compone todo, la materia, es una sustancia única, creadas por Dios, ya que solo se inician a partir de la creación y solo pueden ser destruidas por este mismo.

Finch no hace distinción natural entre humanos, animales o seres vivos, para ella, en el mundo de las criaturas las diferencias son modales.

[3]​ Autor alemán, el cual conoció a Van Helmont y este le mostro los ensayos de Finch.

Leibniz da nombre de entelequias a todas las mónadas creadas, a todas las sustancias simples; y éstas son fuente de sus acciones internas, al igual que dice Conway.

Así, cada mónada se adaptaría la una a la otra, mostrando una perfecta homogeneidad en el universo.

Para Leibniz, cada criatura tiene una mónada dominante (que marca en qué se va convirtiendo y su forma de ser) y en relación con las otras, pues su cambio también dependerá de las otras mónadas para realizar su cambio.