Como casi toda la obra de Vermeer, su datación sólo puede ser aproximada, en este caso hacia 1669-1670.
Deja de tocar el laúd y mira interrogante a la sirvienta, que le ha entregado una carta.
Una cortina atada en el primer plano crea la impresión de que es espectador está mirando hacia una escena personal e intensamente privada y ayuda a dar más profundidad al espacio.
Lo mismo se consigue con las diagonales del suelo ajedrezado que contribuyen a esa impresión de tridimensionalidad.
La escoba parece representar lo doméstico, lo mismo que el cesto de mimbre o el cojín para hacer encaje; su colocación a un lado de la pintura puede sugerir que los temas domésticos habían sido apartados u olvidados.