Un amigo suyo le recomendó a Peyrehorade, que está familiarizado con las ruinas romanas de la zona.
Ambos hombres se maravillan de su fiera mirada; ella es tan aterradora como hermosa.
Ella también parece estar maldita: el hombre que la encontró tenía la pierna rota, y otro hombre que arrojó una piedra contra ella fue herido por el rebote de la piedra y golpeándolo.
Por la noche, el narrador oye pesados pasos subiendo la escalera; pero supone que es Alfonso borracho yendo a su cama.
Ella dice que la estatua entró en la habitación, abrazó a su marido, y pasó toda la noche con él en sus brazos.