De la noche a la mañana la mujer pasaba de ser una comerciante promedio que bien o mal había logrado crear una pequeña pero sólida estabilidad para convertirse en una estafadora y muy pronto en una fugitiva.
Juliana no tenía más remedio, debía poner a salvo lo poco que le quedaba y buscar el rincón más perdido del país para ponerse a salvo del escándalo que se avecinaba.
Su carrera de desaciertos había comenzado muchos años atrás cuando prefirió sacrificar el amor de un hombre, a quien también se había acercado por interés, para dejarse tentar por el soborno frío del padre del muchacho a quien no le interesaba que su hijo se enredara con una mujer en la que ya se veían los rasgos de un carácter díscolo y aventurero.
Juliana había conocido a Ángel en el internado donde el buen corazón de la señora Teresa Mallarino, dueña del colegio, la había acogido después de perder a sus padres en un incidente que no recordaba o no quería recordar por su carácter violento y traumático.
Al comienzo fueron los inocentes robos de comida para complementar los modestos menús del comedor estudiantil, luego las feroces batallas por establecer las jerarquías entre las internas y por último, ya llegando a la adolescencia, los amores secretos y las escapadas nocturnas para verse con el pretendiente de turno.