Juan Ángel Laguna Edroso

Solo un milagro, o una maldición, pueden evitar que el fin del mundo se complete.

En torno a los más tenaces líderes renacen feudos, reinos y monasterios, baluartes de esperanza que aguardan la segunda y definitiva llegada del Apocalipsis.

En el mundo, ahora más que nunca un valle de lágrimas, conviven demonios, abominaciones y gentes de bien en un terrible mosaico en el que la justicia se muestra esquiva y cruel.

Y entre todos ellos brilla la terrible luz de Adraga, la bandera más temida de las Huestes Negras, los más devotos e implacables servidores del Dios Verdadero.

No son nuestros reflejos deformados, aunque su silueta nos resulte familiar.

Por eso, si franqueas el umbral, prepárate para visitar el otro lado, otra dimensión.

Sus cuitas y sus anhelos no son los nuestros, pero queremos conocerlos.

Así, acompañado por los ruidos y las presencias nocturnas, abrigado por la atmósfera del más clásico terror gótico, se desarrolla este cuento del niño que bailaba bajo la luna y la tormenta, entre los aullidos de los lobos y las lápidas del cementerio, sin saber por qué sentía esa atracción irrefrenable por el astro nocturno.

Adaptaciones: Concierto El niño que bailaba bajo la luna,[4]​ compuesto por Félix Royo.