[5] Esta villa, cabeza de partido judicial, tuvo entre 1910 y 1933 alcaldes carlistas, integristas o dinásticos.
Ramón Nocedal, Juan Olazábal o Manuel Senante «fueron diputados a Cortes por Azpeitia entre 1890 y 1923»[6] en un momento donde su economía local era eminentemente agraria.
Pertenecía a una familia carlista que regentaba el Hostal Arteche, una fonda muy conocida, situada en el centro de Azpeitia.
En este último centro conocerá a un amigo para toda la vida, Inazio Eizmendi Manterola, Basarri, que se convirtió en un reconocido versolari, periodista y escritor.
[9] También durante este primer período se muestra vinculado con la parroquia participando activamente en las funciones desarrolladas en la misma dejando aquellas experiencias «un profundo poso en su memoria y en su personalidad.»[10] Por problemas familiares, Arteche tuvo que dejar, con trece años, el bachillerato y ponerse a trabajar primeramente como contable en un almacén de Azpeitia.
En 1922, en San Sebastián, ingresa en el recién fundado Banco Vasco de Bilbao que quebrará poco después en 1925.
[13] Poco después, en 1927, realizará el servicio militar en el cuartel de Ingenieros en Loyola, en San Sebastián, donde será ascendido siendo un dato relevante para la venidera Guerra Civil.
Toda su actividad laboral no impedirá que, de forma autodidacta, siga leyendo copiosamente.
[16] En 1929 ingresa en el Banco Guipuzcoano, donde permanece hasta 1947, trabajando en la oficina de Irún, donde vive y donde se casará.
En marzo de 1932 es trasladado a la oficina central del banco en San Sebastián y se establece con su mujer en la ciudad.
También el nuevo puesto tiene un carácter más administrativo y le facilita visitas regulares al cuartel de Loyola.
[25] Al escritor el pueblo donde residía, muy diferente del actual, le pareció «vacío, triste y mudo».
Más tarde, en 1949, se traslada a San Sebastián donde ocupa una plaza como archivero de la Diputación.
El hecho de que esta entidad, la RSBAP, hubiera permanecido renqueante durante el siglo XIX, con mínimas actividades, pudo servir como instrumento para canalizar la salida al trabajo de intelectuales al no recaer sobre ella sospechas ni ningún interdicto del nuevo régimen franquista.
Más paradójico aún, en el segúndo número del boletín publicado en 1971 escribiría Arteche la necrológica de su gran amigo, fallecido en junio, tres meses antes, afirmando que: