John A. Mackay
Toda la familia Mackay perteneció a la Iglesia Presbiteriana Libre de Iverness.¡Señor, ayúdame!” Fue así, en aquel lugar de Rogart que oí a Dios hablarme durante el culto.Ella, como bautista, tenía interés en Sudamérica,específicamente el Perú, mientras Juan manifestaba su deseo de ir a la Patagonia donde vivía su tío.Pero también intuía los prejuicios de los británicos contra los españoles, a los que consideraban inferiores.En un trabajo titulado “Unamuno y la Intelectualidad Protestante en el Perú: El Caso de John A. Mackay(1916-1925)”, el historiador Juan Fonseca Ariza analiza puntualmente esa influencia.Mackay la transformó en el Colegio Anglo-Peruano (hoy San Andrés)...” (Fonseca Ariza: 2004, pp. 2-4).Poco tiempo después, Mackay ingresó a la Universidad San Marcos, de Lima, donde llegó a doctorarse en filosofía y letras con una tesis titulada: Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia.Fue en ese ámbito universitario donde conoció a intelectuales como: Víctor Andrés Belaúnde, José Gálvez, José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez y al político Haya de la Torre.En 1936 fue invitado a ser el Presidente del Seminario de Princeton, puesto que desempeñó hasta 1959.Aunque ambos campos se tocan, no constituyen lo mismo porque una “doctrina” para que sea tal, debe tener la sanción o aprobación de un cuerpo eclesial determinado.La doctrina es necesaria porque constituye un marco referencial importante para identificar y articular nuestras creencias.No hubieran sido necesarios los aportes de teólogos como Abraham Kuyper, Karl Barth, Emil Brunner y, en los días actuales, Jürgen Moltmann.Toda tradición en el campo del pensamiento -sea este filosófico o teológico- precisa ser renovada, actualizada, contextualizada a nuevos desafíos.La actitud de tranquila desesperación, que caracteriza nuestra edad, y la búsqueda múltiple de la mente moderna tras el sentido y la autoridad, convierten a la teología cristiana en nuestra más capital necesidad.La primera, el balcón, representa a quienes son meros espectadores de lo que pasa en la Iglesia y en el mundo.En este sentido, Mackay ve en Kierkegaard el prototipo más claro de quienes encaran la vida cristiana jugándose en el camino.Kierkegaard aceptaría de mucho mejor grado el postulado “Pugno ergosum”, o sea: “Lucho, luego soy”.