Alcanzó el máximo esplendor a mediados de los ochenta y su carrera se dilató hasta los primeros años de la década del noventa.
Su físico liviano y atlético le permitía moverse muy bien y por largos periodos en la cancha, pero a su vez era visible su fragilidad física, lo que le ocasionaba permanentes lesiones.
En lo que respecta a lo técnico, no tenía ningún golpe determinante, pero a su vez ningún golpe era malo.
Su mejor superficie era la arcilla, donde la poca potencia de sus golpes era más disimulada y podía desarrollar su juego más normalmente.
Podía haber ganado más en su carrera pero la parte mental de su juego se lo impidió en reiteradas ocasiones.