Jaime de Montesa

Judío convertido al cristianismo,[1]​ junto con otros influyentes conversos entre los que se contaban caballeros y otros funcionarios reales, protestó ante el rey Fernando el Católico contra la creciente influencia y poder del Santo Oficio de la Inquisición en la ciudad de Zaragoza, en una solicitud en la que se señalaba la incomodidad que producía la presencia de esta institución en aquel reino, por ser aquel muy cristiano y por encontrarse en él muy pocos herejes, a los que en cualquier caso debía abordarse mediante advertencias y consejos.

Sus protestas no obtuvieron resultado alguno, siendo la respuesta del rey taxativa: Siendo el reino de Aragón muy cristiano, ninguna incomodidad debía producir el tribunal, por cuanto no había razón para que este tuviera ocasión de entrar reiteradamente en sus funciones.

El tribunal de la Inquisición le interrogó dos días después, y aunque negó toda culpabilidad relativa al hecho, fue confinado en un calabozo en el que permaneció por 22 meses, a la espera de un juicio.

Debido a esto confesó, tal vez falsamente, haber participado en la instigación y planificación del asesinato del inquisidor, y haber ofrecido 600 florines de oro a quien lo asesinase.

[3]​ Encontrado culpable de los cargos que se le imputaban, se le condenó a muerte por lo tardío de su confesión.