Supongamos que mediante un ensayo clínico se desea poner a prueba un nuevo medicamento para decidir si es efectivo o no.
La forma más intuitiva de hacerlo sería suministrarlo a un paciente y observar el resultado.
Incluso si mejorara por ejemplo el setenta por ciento de los pacientes, aun así el medicamento podría ser en realidad malo, porque quizá si no hubiera sido administrado habría mejorado no el setenta sino el noventa por ciento.
Y, a la inversa, lo mismo; incluso si sólo mejorara el diez por ciento de los pacientes el medicamento podría ser bueno, porque tal vez si no se hubiera administrado habrían mejorado no el diez sino el tres por ciento.
En el caso particular de los tratamientos médicos existe lo que se denomina efecto placebo.
Además, tampoco los médicos a cargo de analizar los resultados deben saber qué grupo recibió la droga real, para no caer en la tentación involuntaria e inconsciente de redondear los números según sus prejuicios.