[3] Ambas fechas y celebraciones están vinculadas con la fiesta del obispillo.
Durante la Edad Media, en consonancia con las nuevas estructuras sociales y eclesiásticas, se introdujeron muchas transformaciones en dichas celebraciones.
Tras la elección, el niño era vestido con los ropajes propios del obispo, mitra y báculo incluidos, y atendido por compañeros vestidos como sacerdotes, haciendo un recorrido por la ciudad en el que bendecía a la gente.
Parecen ser muy numerosos los ejemplos de dicha celebración durante la Edad Media, desde París (donde ya existía en 1212) hasta Venecia, donde era conocida como obispo dei pazzi o de los inocentes.
También pasó a Gran Canaria, junto con la festividad de los Inocentes, como consta en las prohibiciones que el cabildo hizo en 1515 de «atar cuernos, traer almohadones y decir palabras deshonestas».
No obstante, la costumbre perduró hasta la época contemporánea en muchos lugares.
Esto hace que la celebración, considerada en la actualidad por muchos como embarazosa o incluso de mal gusto, tuviese seguramente en su contexto un fuerte componente de diversión y valores positivos.
[11] Como con otras fiestas tradicionales que suponían una breve revolución social, la sustitución del obispo por un niño volvía el mundo del revés, resultando en un recordatorio al clero y los laicos de que «no hay lugar para el orgullo de las personas o los lugares en el Reino de los Cielos, cuyo Rey se despojó de la divina majestad y tomó la forma de un siervo.»[12] El obispillo volvió a celebrarse en la Catedral de Hereford, en 1973, para un servicio infantil especial, al que han seguido ceremonias anuales completas y tradicionales desde 1982.
En España la tradición continuó celebrándose en Cataluña, donde es famoso el bisbetó del Monasterio de Montserrat.
La fiesta era tan antigua y popular que el cabildo de la Catedral de Burgos era muy riguroso en el cumplimiento de los pormenores y no toleraba la menor falta contra el obispillo; al parecer, llegó a entablar un juicio en 1454 contra los comendadores del Hospital del Rey, quienes acostumbraban a obsequiar, igual que a su comitiva, con frutas, dulces y vinos generosos.
Algunas asociaciones culturales o folklóricas intentaron recuperar la tradición hacia 1987; algunos años incluso hubo varios obispillos que casi se hacían la competencia.
En Lérida se guardaba en la catedral, ya en 1344, la vestimenta de los participantes, y un texto del mismo periodo especifica que «el señor obispo debe ser apartado de su asiento y debe colocarse al obispillo en su lugar [...].
Después de que los pajes le vistan de manera pontifical, se sienta en el sillón episcopal y el secretario lee una pastoral ligeramente festiva dirigida a los niños.
Al parecer, a lo largo de los siglos la tradición sufrió altos y bajos debido a «ciertos abusos», lo que puede verse en distintas actas capitulares hasta finales del siglo XIX, de modo que «probablemente, la tradición perduró en Palencia hasta comienzos del siglo XX».