Se pusieron bajo la invocación de Iuppiter Latiaris (en español, Júpiter Lacial; es decir, protector del Lacio), cuyo santuario estaba en los montes Albanos, concretamente en el monte Cavo (en latín, Mons Latiaris), cercano a la ciudad de Alba Longa.
Estas fiestas continuaron celebrándose hasta el siglo III, y tal vez más tarde.
[2] Solo ciertos pueblos, tradicionalmente treinta pero llegaron a ser cuarenta y siete, podían participar en las fiestas, expresando así una pertenencia común al nomen Latinum.
Cada ciudad latina enviaba junto con su representación una serie de ofrendas como ovejas, quesos u otros productos pastoriles.
El cónsul romano que presidía las fiestas ofrecía en honor de Júpiter Lacial una libación de leche y se sacrificaba un novillo blanco puro al que nunca se le había colocado un yugo.