También podían encerrar allí a los prisioneros de guerra que no habían sido vendidos y a los hombres libres que delinquían.
Al prisionero allí encerrado se le llamaba ergástulo, y por extensión también se usaba esta palabra para denominar al conjunto de criados y esclavos de una casa.
[1] Estas cárceles generalmente se construían bajo tierra y sólo tenían unas pequeñas ventanas para dar luz, a una altura que no se podía llegar con la mano.
Si algún esclavo agredía al amo o escapaba del encierro, sus compañeros eran castigados por no haber colaborado en socorrer al amo o evitar la huida.
Aunque estas prisiones son mencionadas desde muy pronto, ganaron importancia a partir de la expansión mediante conquistas del Imperio romano.