El verano o los cinco sentidos

[1]​ Esta obra se enmarca en el género de la naturaleza muerta o bodegón, al tiempo que ofrece un rico lenguaje simbólico referente a dos alegorías: el verano, por un lado, y los cinco sentidos.

[2]​ El espacio se divide en tres planos: en primer término, la mesa cubierta por un tapete persa y la esfera celeste; en un plano medio, la muchacha y los objetos colgados en la pared: el violín, un reloj y un espejo; al fondo, una puerta o ventana da acceso a una terraza donde aparecen una mujer con un perro, con un paisaje al fondo donde se divisan varios edificios y un cielo parcialmente nublado en la parte superior.

La luz que entra por esta abertura apenas incide en la habitación, sumida más bien en la penumbra.

[3]​ Algunos objetos de la escena denotan ciertas características alusivas a la fragilidad y la futilidad de la existencia, como el tablero como símbolo del azar, la cuerda rota del laúd y el reloj sin agujas.

También hay una alusión religiosa: en la partitura grande se leen los versos finales del salmo 76, «Haced votos a Yahvé, vuestro Dios, y cumplidlos; cuantos están en derrededor traigan dones al Terrible, pues él abate el coraje de los príncipes, y es terrible a los reyes de la tierra», lo que se interpreta como la necesidad de volver los ojos hacia el Creador.