Para los nobles del Viejo Mundo, este tipo de uniones eran una vergüenza, pero útiles en términos financieros.
La nobleza miraba a las americanas que se casaban con otros nobles como intrusas, indignas de su nueva posición.
En su biografía Consuelo Vanderbilt describió cómo la obligaron de niña a usar una varilla de acero, que bajaba por su espalda y se sujetaba por la cintura y los hombros, para mejorar su postura.
Su madre era una mujer disciplinaria y estricta que la azotaba con un látigo por pequeñas infracciones.
Ella vendría a encarnar el "aspecto delgado y ajustado" que estuvo en boga durante la época eduardiana.
Lamentablemente Consuelo Vanderbilt no tenía interés en el duque y se dedicó en secreto al norteamericano Winthrop Rutherfurd.
Su madre pidió, rogó y, finalmente, ordenó a su hija que se casara con Marlborough.
Cuando Consuelo - una dócil adolescente, cuya única característica destacable en ese momento era la obediencia absoluta a su temible madre - hizo planes para fugarse, la encerraron en su habitación y Alva amenazó con asesinar a Rutherfurd.
Alva tuvo una asombrosa recuperación de su enfermedad absolutamente ficticia y, cuando la boda se llevó a cabo, Consuelo estaba en el altar llorando tras su velo.
La duquesa, finalmente, quedó enamorada del apuesto primo de su esposo, el Hon.