Cuando el emperador Meiji llegó al trono, la sociedad japonesa se transformó de manera muy fluida desde un feudalismo con una cultura oriental muy poderosa en una potencia occidental, y fue durante este periodo cuando las relaciones comerciales hispano-japonesas se fortalecieron.
[2] Al ver que China les estaba adelantando en superioridad militar gracias a los tratados con otros países, Meiji consideró modernizar la industria en Japón e hizo cambios en el plano económico.
Japón había encontrado un modo de industrialización que permitía así sumarse a la Revolución Industrial sin correr riesgo.
Esta actitud se rompió en 1870, con un primer movimiento comercial en el que los buques Altagracia y Serafín llegaron a Yoroshima cargados de arroz.
[3] Así, aparte de obtener beneficios, también modernizaron Japón, convirtiéndolo un país fuerte y competitivo.
El gobierno potenció el comercio exterior y exportaciones para equilibrar la balanza comercial junto a la de pagos.
Las islas Filipinas, Marianas y Carolinas ofrecían a las autoridades japonesas un incentivo muy sustancioso por la proximidad de los archipiélagos, así que impulsaron las exportaciones, y compensaron así el déficit de su balanza comercial.
Comenzó así un periodo de diálogo para potenciar el comercio: enviaron a Filipinas un barco cargado de productos para su venta mientras que los diplomáticos españoles acreditados en Tokio aprovecharon para importar a Japón abacá, tabaco, hierro y plomo.
Esto provocó que se crearan nuevas empresas, tuvieran mayor poder internacional, y consiguieran una agricultura industrializada.