Sabich era un apuesto atleta con frecuentes compañías femeninas en la época en que conoció a Longet.
En el juicio, Longet alegó que el arma se le disparó accidentalmente mientras aprendía a usarla.
La sangre de Longet contenía cocaína y su diario mostró que su relación con Sabich se había vuelto problemática.
Asimismo, el arma fue mal manipulada por manos inexpertas: se entregó a un policía, quien la envolvió en una toalla y la puso en la guantera de su coche oficial; no fue fichada como prueba hasta tres días después.
En el estrado, Longet reiteró su inocencia y suplicó clemencia basándose en que sus tres hijos la necesitaban.
Como gesto generoso, el juez Lohr permitió a Longet escoger esos días para que pudiera pasar más tiempo con sus hijos.
El caso se cerró fijando un gran acuerdo económico, con la condición que Longet nunca hablaría ni escribiría sobre su historia.