Bona de Pisa (c. 1156–1207) fue una monja que ayudó a los viajeros peregrinos.
En una ocasión, vio la figura con un crucifijo en su mano en la Iglesia del Santo Sepulcro.
En otra iglesia, tuvo una visión de Jesús, María, y tres santos, entre ellos Santiago.
El apóstol Santiago la persiguió y, por ello, le ofreció devoción para toda la vida.
Empezó una época de ayuno, comiendo pan y agua tres veces a la semana.