Revitalizó la Cofradía de San Esteban, que ya existía desde el Medievo, dejando entrar en su seno a mujeres con voz y voto, algo inaudito ya que hasta ese entonces sólo estaba compuesta de monjes y sacerdotes.
Los caminantes que viajaban por el camino que se encuentra al lado del Monasterio pasaban por el peligroso Pas de Escales o de la Trompeta, por eso al pasar por el monasterio arrojaban por la mirilla del ábside monedas y piedra a modo de comunicación y/o plegaria al santo.
El abad consideró necesario emplear el dinero real en dar de comer a los necesitados antes que arreglar el camino.
El rey al enterarse consideró que lo había desobedecido y lo condenó a la horca.
Pasados treinta años un fraile vio que salía del suelo donde fue enterrado una mano con un pergamino en ella.