En 1886 partió a Roma con un tío sacerdote para seguir su vocación e ingresar en una orden religiosa.
El clima de la época no era favorable a la religión.
Los crucifijos habían sido prohibidos en el hospital, las religiosas de Santa Agustina (Livia) Pietrantoni no son perseguidas por su popularidad, pero no les está permitido hablar de religión a los pacientes.
Aun con este ambiente poco propicio, sor Agustina toma su rol con devoción y un inmenso coraje sostenido por la confianza en la Virgen María.
Algunos enfermos eran violentos y amenazaban a las religiosas que les atendían.