En tiempos de los guanches eran conocidos como la «Muralla del Infierno» o «Muralla del Diablo»,[1] y bien podría imaginárselos así, ya que su geografía de lavas oscuras resulta prácticamente infranqueable hacia el interior isleño.Sólo determinados barrancos como Carrizales, Juan López, El Natero, Barranco Seco, etc., se abren camino a través de los acantilados, dejando ensenadas o pequeñas playas de arena natural o grava en su desembocadura, que son frecuentadas por barcos de recreo, puesto que la fisonomía del lugar hace complicado llegar a ellas por estos barrancos.Los fondos marinos de esta zona tienen apenas unos 30 metros de profundidad y debido a su difícil acceso albergan una riqueza natural que atrae a numerosos submarinistas y pescadores.Esta zona dista 125 km de la capital insular, Santa Cruz de Tenerife, y 45 km del aeropuerto internacional Tenerife Sur.Tanto si se accede a ellos en barco como si se suben a pie, estos acantilados siempre ofrecen unas vistas sobrecogedoras.