El narrador lo presiona para que le cuente su pesadilla y así pueda ayudar a olvidarla.
Jacob se niega, pero al volver a tener la pesadilla momentos más tarde, decide contarle el porqué.
Dos años más tarde, el narrador se encuentra en Glasgow para visitar a un amigo suyo que era doctor.
Y así se encontró frente a un ataúd donde un hombre yacía envuelto en una sábana blanca.
Le retiró la sábana y aunque el rostro sanguinolento se veía horrible, pudo reconocer a Jacob Settle.
En cambio, sus manos dispuestas en cruz sobre su pecho púrpura, no tenían rastro de tinte, estaban inmaculadas.